20 noviembre, 2019Hay cientos de millones de trabajadores y trabajadoras sindicalizados en todo el mundo. ¿Compartimos una perspectiva en común?
Texto: Walton Pantland
Los trabajadores y trabajadoras tomaron el lugar de trabajo para exigir que se salvara el astillero, y que se utilizara para construir plataformas para parques eólicos marítimos e instalaciones de energía mareomotriz.
Defendieron sus puestos de trabajo y su patrimonio industrial, pero también miraron hacia el futuro. Lo que faltaba era un plan integral de Transición Justa, un “New Deal” ecológico, para salvar su astillero y crear empleos verdes.
Después de la toma de nueve semanas, el astillero se salvó cuando, en octubre, se informó que se había encontrado un comprador interesado en el astillero.
Conductor de grúa Gordon Brown. Foto: Bobbie Hanvey
Hay 170 millones de miembros de sindicatos afiliados a la CSI a nivel mundial. También hay otras internacionales, como la FSM, y sindicatos más pequeños que no están afiliados a ninguna federación. En total, cientos de millones de trabajadores/as en todo el mundo pertenecen a sindicatos o a organizaciones de algún tipo en el lugar de trabajo. Esto hace que el movimiento sindical sea el mayor movimiento del mundo con membresía democrática. Estos sindicatos defienden los derechos laborales, negocian salarios y condiciones de trabajo, y desarrollan las relaciones con partidos políticos, gobiernos y empresas.
¿Hay algún nexo común que nos una a todos?
Igual, pero diferente
Países distintos tienen diferentes sistemas de relaciones laborales. Europa continental favorece el diálogo social, con comités de empresa y escaños de trabajadores/as en los directorios de las empresas. En este modelo de equilibrio de poder, las condiciones de los trabajadores y trabajadoras están vinculadas al éxito de la empresa, al sector en su conjunto, a la economía nacional y a un entorno comercial mundial saludable.
El modelo anglosajón tiende a ser más de oposición por parte de ambos lados, lo cual a veces termina en una situación donde no gana nadie: se considera que lo que es bueno para la fuerza de trabajo es malo para la empresa, y viceversa, y en los medios de comunicación se presenta a los sindicatos como saboteadores socavando el bien público y conspirando para proteger puestos privilegiados.
En lo político, los sindicatos occidentales suelen apoyar la socialdemocracia y están estrechamente alineados con los partidos políticos de centro izquierda que promueven el diálogo social.
Para los sindicatos en el hemisferio sur, el anti-imperialismo es a menudo una característica de la política sindical, con llamados a apoyar el capital local contra los explotadores extranjeros. Algunos sindicatos en Turquía y muchos otros países son explícitamente nacionalistas. En la India, África y América Latina, los sindicatos a veces usan el lenguaje del marxismo-leninismo en su crítica del capital.
En el Medio Oriente y África del Norte, sindicatos como nuestro afiliado argelino SNATEGS están involucrados en una lucha primaria por los derechos democráticos fundamentales, como la libertad de reunión.
Y, por supuesto, la mayor fuerza laboral del mundo, en la China, no tiene sindicatos libres.
Más allá de estas diferencias de vocabulario y estilo político, a nivel mundial ¿luchan los sindicatos por los mismos objetivos?
La primera huelga registrada en la historia humana fue la realizada por artesanos durante la construcción de un complejo mortuorio para Ramsés III en Deir el Medina en 1128 a. C. Desde ese entonces, los trabajadores y trabajadoras han tomado medidas colectivas en muchas ocasiones, generalmente en torno a los mismos temas: salarios dignos, la jornada de trabajo, salud y seguridad, dignidad, y seguridad de empleo.
Una manifestación en Detroit, Estados Unidos, a favor de un New Deal Verde, Julio 2019. Foto: Becker 1999, Flickr
Desde los albañiles en el antiguo Egipto hasta los trabajadores y trabajadoras basados en plataformas digitales en las vibrantes mega ciudades de hoy, la lucha es esencialmente la misma: por lo suficiente para vivir, por tiempo libre, por ingresos confiables y fin del trabajo precario. Pero vivimos en tiempos interesantes: dado el conjunto específico de crisis que enfrenta el mundo de hoy, ¿cómo expresar esas reivindicaciones y hacer que sean parte de un camino hacia un futuro mejor?
Guerra psicológica
Al leer cualquier periódico o fuente de los medios sociales, es probable que se sienta desesperación. El mundo está caminando dormido hacia una crisis multifacética. Para la fuerza de trabajo, existe una crisis global de empleo, con un 60% de los trabajadores y trabajadoras en la economía informal. Es probable que aumente este porcentaje a medida que se extienda la automatización. Hay una crisis salarial en casi todos los sectores, con la mayoría de las familias trabajadoras viviendo al borde de la desgracia, donde un solo accidente produce el desastre. Tenemos una economía estancada, amenazas de guerra entre EE. UU. e Irán, y una guerra comercial entre EE. UU. y China. Un Brexit sin acuerdo, donde Gran Bretaña abandona la UE sin llegar a un acuerdo, podría resultar en la pérdida de 700.000 puestos de trabajo en Europa.
Además, tenemos la crisis climática: se necesita tomar medidas urgentemente, ahora mismo, hoy, para evitar una catástrofe, sin embargo el Amazonas está ardiendo y el líder del país más poderoso del mundo niega que exista el cambio climático.
Existe una crisis de multilateralismo, donde los líderes mundiales no tienen ningún interés en buscar soluciones colectivas. Los programas de ajuste estructural del FMI han roto el contrato social, y la desindustrialización y la austeridad están deshaciendo los logros de la socialdemocracia.
Las vidas de las personas son destruidas y las perspectivas son sombrías.
Sin embargo, la desesperación es un arma de la derecha. Las personas que han perdido la esperanza, o que están indignadas, son fáciles de reclutar para una política reaccionaria ilógica. La tarea de los sindicatos es proporcionar esperanza, una perspectiva positiva y un plan para un futuro mejor.
La constante repetición de la desesperación es una forma de guerra psicológica: hay intereses creados que quieren que creamos que la resistencia es inútil, que somos impotentes, que no hay ninguna posibilidad de cambiar las cosas. En los medios de comunicación, o no se mencionan, o se burla de las soluciones factibles, como la Transición Justa, salarios dignos o un New Deal verde, mientras que las tonterías de la derecha, como la austeridad, se presentan como verdades absolutas.
“Esta es una época de ira, y se nota fomento en el mundo. Pero somos disciplinados. No nos dejamos distraer con cada crisis que se produce”,
dice Sharan Burrow, secretaria general de la CSI.
“Soy optimista en lo que se refiere al movimiento sindical, que siempre ha estado en la primera línea, y ahora puede asumir el liderazgo”.
Más allá de las luchas defensivas
Los sindicatos frecuentemente se han caracterizado por un “ludismo racional”, la creencia justificada de que los nuevos avances tecnológicos ponen en peligro los puestos de trabajo y las relaciones de producción. Esta política de oposición a la innovación tecnológica no ha tenido éxito: desde los luditas originales del siglo XIX que destruyeron las máquinas textiles hasta la actualidad, no hemos logrado detener la dinámica del progreso económico.
Nuestra esperanza radica en dar forma al futuro, no aferrarnos al pasado. La automatización significa que los trabajos rutinarios serán los primeros en ser reemplazados por robots. La fuerza de trabajo del futuro será altamente capacitada, trabajando junto a robots sofisticados. Es probable que el trabajo se torne más especializado y artesanal. Hace falta contar con sindicatos que abarquen a estos especialistas, así como a trabajadores y trabajadoras precarios basados en plataformas digitales, muchos de los cuales van y vienen entre múltiples aplicaciones y cuya definición legal es de contratistas independientes.
Caos bajo el cielo; todo está bien
Se ha producido una crisis mundial de la democracia, dándose marcha atrás en todo el mundo en cuanto a los valores democráticos. El éxito del modelo chino implica el fin del vínculo entre capitalismo y democracia. Sin embargo, la democracia, en el mejor de los casos, solo ha llegado a la mitad del camino: cada cuatro o cinco años, logramos votar sobre quién ha de administrar el sistema económico, pero tenemos muy poca influencia en cuanto a lo que constituye el sistema. La democracia desaparece en el lugar de trabajo, y las necesidades del capital definen las prioridades políticas.
Es por eso que la gente ha perdido la fe en la democracia parlamentaria: no está mejorando sus vidas.
Un viejo proverbio chino dice “Caos bajo el cielo; todo está bien”. Significa que el mejor momento para lograr importantes cambios sociales y políticos es cuando hay desorden y conmoción. El orden económico y político liberal se está desmoronando, y la derecha lo está aprovechando, en lo que Naomi Klein llama “capitalismo de desastre”, utilizando el caos para impulsar cambios políticos, como la privatización, que se rechazarían en tiempos de mayor estabilidad.
En lugar de reestablecer el orden liberal, también podemos usar la fragilidad del sistema para promover el cambio y para llevar democracia a la vida económica. Hay una brecha en el mercado político de ideas sobre justicia, igualdad, dignidad y redistribución. El mundo está en condiciones para oír ideas audaces para abordar la desigualdad, la pobreza y el cambio climático.
Una manifestación en Detroit, Estados Unidos, a favor de un New Deal Verde, Julio 2019. Foto: Becker 1999, Flickr
La crisis financiera quebró el orden económico global. Los partidos de centroderecha, que son los principales defensores del modelo de libre comercio de estados pequeños, recurrieron a las guerras culturales y al populismo para desviar la indignación popular sobre las políticas económicas fallidas.
Usaron de modo muy eficaz el nacionalismo de derecha, el racismo, la homofobia, la misoginia, negación de la crisis climática, y una serie de otros fanatismos: la gente de clase trabajadora, que ha visto colapsar su nivel de vida en la última década, a veces ha captado irracionalmente los objetivos que le ofrecen.
Una de las virtudes más importantes del sindicalismo es que desarrolla políticas progresistas por razones prácticas, más que ideológicas. En lugar de tratar de convencer a los trabajadores/as de que el racismo y la homofobia son moralmente incorrectos, demostramos cómo los empleadores nos dividen, haciendo que los trabajadores/as se enfrenten unos a otros.
No es necesario tener simpatía por los trabajadores/as de otros países y de diferentes religiones y culturas para reconocer que es de nuestro interés trabajar en forma conjunta. Y cuando comenzamos a trabajar juntos, creamos confianza. La solidaridad reduce la intolerancia.
Esto deja de lado la guerra cultural que está utilizando la derecha.
La derecha ha llegado al final del camino y no tiene adónde ir: los derechistas han tenido que volverse cada vez más extremistas y radicales para desviar la indignación popular, lo que lleva a crisis políticas existenciales en los Estados Unidos, el Reino Unido y otros países. Estas crisis ponen en peligro la democracia, y también la economía global y la riqueza que han tratado de proteger.
Ahora nos toca a nosotros tomar la delantera. Tenemos las ideas para abordar las crisis, y debemos proclamarlas con valentía. La mejor manera de lograr la democracia económica e industrial es dar poder real a los sindicatos. Si los sindicatos pudieran cambiar la vida de las personas de forma fundamental y material, más personas se afiliarían y cumplirían un rol activo.
Tenemos que ser audaces. La crisis política y climática que enfrentamos es demasiado grande para un cambio tímido e incremental. Nuestro papel no es promover una visión singular para el futuro, intentando unir a las personas en torno a esas ideas, sino desarrollar un proceso que permita a las personas participar en la imaginación, el diseño y el desarrollo de un mejor futuro juntos.
El movimiento sindical no es el lugar para una guerra civil ideológica entre perspectivas rivales del futuro. Nuestra función principal es unir a los trabajadores y trabajadoras. Sin embargo, al llevar estos debates al movimiento sindical les permite a nuestros miembros participar en la búsqueda de soluciones.
También podemos usar la fragilidad del sistema para promover el cambio y para llevar democracia a la vida económica.
Desarrollo de una nueva perspectiva
En Occidente, se está conformando consenso político en torno a la social democracia, propuesta por Bernie Sanders en los Estados Unidos y Jeremy Corbyn en Reino Unido. Sus seguidores abogan por la propiedad pública de los recursos esenciales, inversión estatal en el desarrollo económico, y libre acceso a la atención médica, la educación, etc., financiados a través de un impuesto a los ricos.
Este es un híbrido capitalista-socialista que trata el capitalismo igual como la energía nuclear: dinámico, pero peligroso, con importantes controles de seguridad necesarios para evitar que estalle la economía global y destruya el planeta.
Ya sea que estemos de acuerdo con esta visión o no, es de gran utilidad, ya que proporciona una alternativa a la narrativa neoliberal que ha dominado desde 1994. El capitalismo democrático ha fracasado. La visión socialista democrática aún está en desarrollo. Los sindicatos deben dar forma al debate. Muchos de ellos ya han comenzado este proceso, como nuestro afiliado australiano CFMEU con su informe “Adiós neoliberalismo”.
Hay muchas ideas radicales sobre el futuro que merecen estudiarse con atención. Debido a las limitaciones de espacio en este artículo, no se puede hacer más que un muestreo rápido de esas ideas: una que no se conforma muy bien con el movimiento sindical, y dos que sí lo hacen.
Renta Básica
El concepto de ingresos mínimos es una interpretación de la economía keynesiana que ha recibido mucha atención en los últimos años, y los experimentos a nivel de ciudades han generado mucha atención en los medios de comunicación. Su objetivo es estimular la economía y hacer frente a la pérdida de empleos, dándoles a todos una cantidad garantizada de dinero, suficiente para vivir, sin necesidad de trabajar.
Los sindicatos desconfían de esta idea, porque rompe la relación trabajo-salario, negando el trabajo como fuente de poder de los trabajadores/as. Se corre el riesgo de dejar a una gran parte de la población sin poder político, destinatarios de fondos de los que dependen, pero sin influencia en la producción.
Otra objeción es que equivale a un enorme subsidio público para el sector privado: en lugar de dar a las personas dinero gratis para comprar cosas a precios de mercado, ¿por qué no usar esos fondos para hacer que cosas como la educación, la salud y el transporte público sean gratis?
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible son un intento multilateral de crear un mundo mejor para 2030. El objetivo del plan es acabar con la pobreza y reducir la desigualdad, promover la igualdad de género, abordar el cambio climático y más. Todos los estados miembros de la ONU se han adherido a los objetivos, pero a menos que los países tomen medidas concretas al respecto, no vamos a alcanzar las metas propuestas. Los objetivos coinciden con muchas ideas sindicales, como la Transición Justa. Todos debemos presionar a nuestros gobiernos nacionales para que tomen medidas para cumplir con los objetivos establecidos.
New Deal verde
El New Deal verde se basa en el New Deal que sacó a los Estados Unidos de la Gran Depresión por vía de una masiva inversión pública. Esta política se copió en otros países, y la gente de hoy se beneficia de represas y esquemas hidroeléctricos, carreteras e infraestructura construidas en ese período.
Un New Deal verde tiene como objetivo gastar trillones de dólares para abordar el cambio climático, creando cientos de miles de puestos de trabajo en energía renovable, transporte público, limpieza ambiental, retorno a la vida silvestre original, y más.
Esto parece políticamente imposible, pero se logró hacerlo anteriormente: con el New Deal original y con el Plan Marshall, reconstruyendo Europa después de la Segunda Guerra Mundial y facilitando la edad de oro de la socialdemocracia. Y mucho más recientemente, la crisis financiera. Es una cuestión de voluntad política: si podemos rescatar a los bancos, podemos rescatar al planeta.
Tenemos que unirnos, en solidaridad, en defensa de los derechos de los trabajadores y trabajadoras. Nos hace falta un debate abierto y respetuoso sobre el futuro.
En la conferencia del Partido Laborista del Reino Unido en septiembre de 2019, el partido adoptó una ambiciosa política de un New Deal verde, con el apoyo de siete sindicatos, incluida la afiliada de IndustriALL, Unite. Esta política exige cero emisiones de carbono para 2030, una inversión masiva en energía renovable, una Transición Justa a empleos verdes sindicalizados, propiedad pública de los recursos y mejor transporte público.
Una manifestación en Detroit, Estados Unidos, a favor de un New Deal Verde, Julio 2019. Foto: Becker 1999, Flickr
Aplicar soluciones sindicales a escala global
Estas ideas funcionan bien, y los sindicatos tienen antecedentes de haberlos aplicado exitosamente a nivel local. En Alemania, en una ronda de negociación colectiva a principios de 2018, IG Metall tuvo éxito al plantear que los trabajadores/as deberían beneficiarse de las mejoras de productividad que ofrece la nueva tecnología, y logró un convenio que les otorga a los trabajadores/as el derecho de reducir sus horas de trabajo a 28 por semana durante hasta dos años.
Y en España, en 2018, los sindicatos que representan a los mineros del carbón lograron un histórico acuerdo de Transición Justa, que otorga inversiones a gran escala en las comunidades mineras, con capacitación en nuevas habilidades, el desarrollo de nuevas industrias y otras cosas más.
Necesitamos más triunfos como éste, y los necesitamos a gran escala.
Necesitamos defender la democracia, en nuestros sindicatos y en la sociedad, creando un nuevo contrato social global. Necesitamos el multilateralismo global, como el que se promueve en los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Necesitamos enfoques dirigidos por el estado, como el New Deal verde, con un impulso hacia la propiedad pública y la inversión en industrias sostenibles. Pero no todos los cambios pueden venir desde arriba: también necesitamos iniciativas de base, como sindicatos que puedan negociar convenios colectivos que aborden estas preocupaciones.
Las necesidades de los trabajadores/as varían según los diferentes momentos y lugares, a medida que cambia el equilibrio de poder entre el estado, las empresas y otros actores. Los sindicatos necesitan libertad para responder a las condiciones locales. La solución no es desarrollar una visión única, sino tener un proceso inclusivo, a través del desarrollo práctico que ofrezca una mejor perspectiva.
Tenemos que unirnos, en solidaridad, en defensa de los derechos de los trabajadores y trabajadoras. Nos hace falta un debate abierto y respetuoso sobre el futuro. Con la esperanza en nuestros corazones, y la solidaridad y el respeto mutuo como nuestros guías, los sindicatos de hoy pueden funcionar con éxito en el interesante tiempo en que vivimos, abriendo puertas para la participación masiva en el desarrollo de un mundo mejor:
Un futuro que funcione para todos.
A demonstration in Detroit, USA for a Green New Deal, July 2019. Photo: Becker1999, Flickr