16 septiembre, 2014Centenares de trabajadores de la confección se desvanecen cada año en las fábricas de textiles camboyanas. En su lucha por un aumento del salario mínimo de 100 $ EE.UU. a 177 $ EE.UU. mensuales, Luc Forsyth entiende que esto se debe en gran parte a los salarios de miseria …
Cuando Neang Sokly se despertó bajo un árbol frente a la fábrica de ropa Conpress donde ha trabajado los dos últimos dos años gritó pidiendo ayuda. Lo último que recordaba era la visión de guardas de seguridad que dirigían a los trabajadores hacia la salida del edificio y que iban a investigar. “Fui a ver cúal era el problema, y pasé por un montón de pantalones vaqueros que estaban tiñendo. El olor era horrible. Me di cuenta de que debía tratarse de productos químicos, por lo que empecé a correr para salir de la fábrica, pero me desmayé”, recuerda Neang.
Ella es sólo una de los centenares de empleados en la industria de fabricación de ropa de Camboya, que produce prendas de vestir para importantes marcas mundiales como Puma, H&M y Nike, que se han desmayado en el trabajo este año. En una sola semana de julio más de doscientos trabajadores fueron ingresados en el Centro de Salud Prek Anhchanh, una pequeña clínica rural a las afueras de Phnom Penh, tras desvanecerse en el trabajo.
“No recuerdo lo que sucedió,” dice Sao Nari, una costurera de 22 años empleada en la fábrica Sixplus de propiedad china, en la que cose las pretinas elásticas de los pantalones cortos deportivos de Adidas. “Estaba trabajando en la trasera de la fábrica y vi a gente que corría hacia la salida, pero yo no sabía lo que pasaba. Empecé a correr también hacia fuera, pero había un extraño olor que nunca había sentido antes. Luego me desmayé fuera.” Conectada a un goteo intravenoso en Prek Anchanch, se quejó de persistentes dolores en el pecho, casi tres horas más tarde.
Sin embargo, los trabajadores que se desmayan pueden considerarse afortunados. En las fábricas de ropa New Archid y Sangwoo, situadas en las provincias de Kandal y Kampong Speu, respectivamente, Sokny Say, del Sindicato Libre de Trabajadores del Reino de Camboya (FTUWKC), informó de que dos trabajadores murieron el mes pasado de dolencias relacionadas con la fábrica. Nov Pas, costurera de 35 años, que pasó casi cuatro años fabricando ropa para marcas como Gap y Old Navy, se desmayó en su puesto de trabajo en la fábrica Sangwoo, a las 8 de la mañana del 24 de julio de 2014. A las 9 fue ingresada en el hospital provincial más próximo, y alrededor de las 6 de la tarde fue declarada muerta.
Al ser contactado para que hiciera comentarios, Chea Sok Thong, de la fábrica Sangwoo de propiedad coreana, negó la responsabilidad de la empresa por la muerte de la Sra. Nov, alegando negligencia médica en el hospital donde había recibido tratamiento. Cuando se le preguntó por la razón de su presencia en el hospital en primer lugar, Chea sólo declaró que “parecía enferma y débil”, pero insistió en que eso no guardaba relación con las condiciones de trabajo.
Sithyneth Ry, oficial de resolución laboral del FTUWKC, aunque está de acuerdo en que hay margen de mejora en la manera en que se trata a los trabajadores de la confección en los hospitales, critica firmemente la posición oficial de Sangwoo. “Las excusas de que las enfermedades no están relacionadas con el trabajo son muy comunes. [Las fábricas] tratan siempre de eludir la responsabilidad”. En última instancia, afirma, la responsabilidad de proporcionar un medio de trabajo seguro corresponde a la fábrica.
Aunque probar la culpabilidad de estos episodios de desmayos en masa y de muertes es un tema complejo sumido en un contexto de notoria corrupción de la burocracia camboyana, el Sr. Sithyneth dice que todo gira en torno a un hecho fundamental: a los trabajadores de la confección no se les paga un salario digno. “En mi opinión, 200 $ EE.UU. mensuales es la cantidad mínima necesaria para vivir en una Camboya moderna”, dice Sithyneth, “pero los trabajadores de la confección reciben la mitad de esta cifra, a menos que hagan muchas horas extraordinarias”.
Según Sithyneth, el exceso de trabajo y las malas condiciones laborales son dos de los factores recurrentes responsables de la mayoría de los desmayos, y ambos son el resultado directo de la carga financiera que soportan los trabajadores de la confección.
Neang Sokly ha trabajado en la industria del vestido durante dieciocho años. En la actualidad está empleada en el departamento de control de la calidad de Conpress Factory Holdings Ltd., donde verifica más de mil pares de pantalones vaqueros al día, para tener la seguridad de que cumplen las normas de la clientela antes de enviarlos a los puntos de venta internacionales. Su sueldo base es de 124 $ EE.UU. mensuales, con el que tiene que vivir, mantener a sus padres ancianos y a sus tres hermanos que están en el paro. Incluso con un estilo de vida sumamente modesto, su sueldo no es suficiente para cubrir los gastos básicos, por lo que ha de tratar activamente de hacer la mayor cantidad de horas extraordinarias posible.
“Yo siempre trato de trabajar once horas si es posible. Deseo ayudar a mi familia, y si trabajo menos no puedo ayudarles”, dice Neang. “El mes próximo no hay pedidos adicionales [en Conpress], por lo que no ganaré dinero extra. Sin horas extraordinarias, nuestra vida es muy difícil.”
En uno de esos turnos de horas extraordinarias, Neang recuerda que una de sus compañeras se desmayó en el trabajo, pero no pudieron ayudarla. “Me llamó desde el hospital [tras el desvanecimiento] pidiéndome ayuda, pero recibimos un pedido urgente, y no se nos permitió salir.”
Aunque gracias a la intervención del sindicato ha cesado en gran medida la práctica de las horas extraordinarias obligatorias, las realidades económicas que afrontan los trabajadores de la confección – la mayoría de ellos de familias pobres – hacer horas extraordinarias es esencial, aunque no sea oficialmente obligatorio.
Estas largas horas exponen a los trabajadores a condiciones con frecuencia inadecuadas en las fábricas de ropa durante mucho más tiempo de lo saludable. Sao Nari, que se ha desmayado dos veces en sus cuatro meses de empleo en Conpress, recuerda el mismo olor a sustancias químicas en el aire siempre que se desvanece. “Sentí que me ahogaba”, recuerda. “No podia respirar. No sé a que corresponde el olor, y los directores no nos lo dicen.”
Pese a todo, la idea de dejar su empleo en la fábrica, a pesar de la preocupación de su familia por su bienestar, no es una opción plausible. “Soy la única persona que trabaja en mi familia y tenemos una deuda muy grande por la construcción de nuestra casa. Sin este empleo y las horas extraordinarias, no sé lo que haríamos.”
En opinión del Sr. Sithyneth, del FTUWKC, el desvanecimiento de los trabajadores de la confección podría deberse tanto a los efectos de la pobreza sobre la vida en el hogar de los trabajadores de la confección como a las muchas horas de trabajo. En un estudio del Servicio Nacional de Salud Británico se recomienda que una mujer media consuma aproximadamente dos mil calorías diarias para mantener un peso saludable. Pero, debido a sus bajos salarios, muchas trabajadoras de la confección están desnutridas.
Chang Savy, de 22 años, que se ha desmayado dos veces en el trabajo en la fábrica Conpress, dice que ella y su marido disponen sólo 30 $ EE.UU. mensuales para la comida. “A veces me siento mareada en el trabajo y no sé por qué”, dice Chang. “Tal vez me desmaye porque no como lo suficiente. Mi marido y yo únicamente tomamos medio tazón de arroz en cada comida y tal vez un poco de sopa. Rara vez podemos comer carne.” El Departamento de Agricultura de Estados Unidos estima que media taza de arroz blanco cocido tiene sólo 120 calorías. Y Chang queda muy por debajo de las calorías necesarias para disponer de la energía que requiere un día de trabajo completo.
Neang Sokly, que también dice que no dispone de suficientes ingresos para comer debidamente, reconoce que, debido a la pobreza, no tiene más opción que seguir trabajando en las fábricas de ropa. Sin embargo, atribuye a la llegada de los sindicatos obreros a Camboya la drástica mejora de su situación. “Antes de los sindicatos las condiciones eran horribles. [Los sindicatos] han mejorado las condiciones y nuestros sueldos. Con todos nosotros en pie juntos, los dueños están obligados a tratarnos mejor”, declara Neang.
En un esfuerzo para mejorar la suerte de sus compañeros trabajadores de la confección, Neang actúa voluntariamente como representante de varios grupos sindicales que aportan fondos para adquirir productos médicos que distribuye a quienes los necesitan. Además, la presencia de los sindicatos le permite informar de los abusos y la explotación de los trabajadores. “Sin los sindicatos, las cosas estarían muy mal. Con los sindicatos están obligados a escuchar nuestras opiniones.”