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12 mayo, 2021Hace unas semanas, un elemento extraño comenzó a percibirse en las calles de Birmania. Entre las ventanas, o en postes, varias mujeres habían colgado sus htamein —como se conoce a las piezas de tela que utilizan como faldas—, cruzando las vías como si de un comité de bienvenida se tratara. Otras las ataron a palos y las llevaban como banderas. No estaban cambiando sus hábitos a la hora de hacer la colada. Era una forma de protesta contra el golpe de Estado que los militares birmanos dieron el pasado 1 de febrero.
“Los hombres creen que tienen un poder especial sólo por el hecho de ser hombres”, asegura a Equal Times la activista por los derechos de las mujeres en el país asiático Khin Ohmar. “Y que si una pieza de ropa de una mujer está por encima de sus cabezas, eso les hará perder su poder especial”, continúa. Los htamein se usaron así como escudos para proteger las zonas de protesta y evitar que los militares entraran.
Las mujeres han estado al frente de las protestas contra el golpe de Estado que depuso al gobierno civil liderado por la icónica Aung San Suu Kyi desde el primer momento, explica Wah Khu Shee, directora de la Karen Peace Support Network y miembro de la Karen Women’s Organization, ambas organizaciones ligadas al grupo étnico karen.
“Las primeras que salieron a las calles, que lideraron el movimiento, fueron jóvenes mujeres en Birmania”, asegura. “Fueron ellas las que empezaron a organizarlo y la gente se unió. Ahora es un movimiento nacional”, continúa.
Un 60% de los manifestantes que han salido a las calles, y entre el 70 y 80% de los líderes son mujeres, según datos facilitados por la organización local Gender Equality Network a Radio Free Asia. Muchas de ellas son enfermeras, profesoras o trabajadoras de las fábricas de textil, ya en situación muy vulnerable por la covid-19.
Muchas de esas mujeres que han salido a las calles han dado la vida para proteger la frágil democracia de Birmania, asegura Wah Khu Shee. La primera fue Mya Thwe Thwe Khine, una joven de 20 años que se convirtió en un símbolo tras su muerte el pasado 19 de febrero. Más tarde, sería Ma Kyal Sin, otra joven de 19 años asesinada a principios de marzo en una protesta en Mandalay, al norte del país, la que se convertiría en otro símbolo. Ella, y la frase que ese día rezaba en su camiseta: “everything will be OK” (todo va a ir bien).
Los militares anunciaron la toma del poder a principios de febrero, tras varios meses negándose a aceptar los resultados de las elecciones de noviembre de 2020, que dieron la victoria al partido de Suu Kyi. Desde entonces, 774 personas han sido asesinadas por las fuerzas de seguridad y más de 3.738 han sido arrestadas, acusadas o condenadas, según la Asociación de Ayuda a los Prisioneros Políticos (Assistance Association for Political Prisoners).
Señales de una democracia fallida
El golpe de Estado del pasado mes de febrero es un eco del pasado. Los militares birmanos tomaron el poder por primera vez en 1962 a manos de una junta militar que controlaría el país de forma férrea durante cerca de cinco décadas. En 1990, permitieron la celebración de elecciones, después de cambiar el nombre oficial del país a Myanmar, en un intento de ganar un mayor reconocimiento internacional. Sin embargo, la victoria de la Liga Nacional para la Democracia (NLD en sus siglas en inglés), el partido opositor liderado por Suu Kyi, les llevó a anular los resultados y a incrementar la represión.
Cuando la Junta militar volvió a anunciar de nuevo una ruta hacia una “democracia disciplinada” en 2003, el proceso fue visto como un nuevo intento de lavado de imagen. En 2008 se aprobó una nueva Constitución, que reservaba importantes parcelas de poder para los militares, y en 2010 tuvieron lugar las primeras elecciones, en las que la NLD no participó en protesta por un marco electoral que impedía a Suu Kyi presentarse. Sin embargo, unas nuevas elecciones en 2015 llevaron a un traspaso de poder a un gobierno civil controlado por Suu Kyi, un paso para muchos decisivo en la transición democrática.
No obstante, en todo ese proceso, la ausencia de mujeres ha sido evidente, aseguran Gabrielle Bardall, investigadora del Centro de Estudios de Políticas Internacionales de la Universidad de Ottawa y Elin Bjarnegård, profesora asociada en Ciencia Política en el Instituto de Estudios Avanzados de los Países Bajos. Así, la nueva Constitución reservaba el 25% de los escaños para que fueran designados por el Tatmadaw —el ejército de Birmania, que solo recientemente se ha abierto a las mujeres—, además de ciertos puestos ministeriales, que sólo podían ser ocupados por militares.
Era realmente una advertencia que mostraba que esta reforma democrática no era tan profunda como se esperaba. Y aunque las mujeres no necesariamente habrían prevenido el golpe, las cosas quizá habrían ido mejor, porque hay evidencias de que la inclusión de mujeres en conversaciones de paz contribuye a una mejor construcción de la paz”,
asegura Bardall.
Ni siquiera la presencia de Suu Kyi en los principales puestos de poder —aunque la Constitución no le permitía ser presidenta del país por haber estado casada con un extranjero y tener hijos de otra nacionalidad— fue suficiente para cambiar las dinámicas de la política del país. “El ejemplo de una mujer [en el poder] no es suficiente. Se necesita a mujeres que entiendan sobre los problemas de las mujeres y que defiendan los derechos de las mujeres”, asegura Wah Khu Shee. Suu Kyi, cuyo paradero es ahora desconocido, ha sido criticada por no poner la igualdad de género como una de sus prioridades.
Dentro de los partidos políticos, tampoco se dieron cambios significativos, asegura Bjarnegård. “No he visto demasiados grandes cambios ni señales de que fuera una prioridad importante para los partidos [...] reformarse”, dice, y explica que uno de los principales problemas era encontrar mujeres que quisieran dedicarse a la política. “Todas las mujeres a las que entrevistamos necesitaron el apoyo completo de su familia y su marido para entrar en política de forma profesional”, continúa, recalcando la “cultura patriarcal” como uno de los principales impedimentos. En las elecciones de noviembre de 2020, las mujeres ganaron sólo un 15% de los escaños.
Un cambio de patrón
Khin Ohmar aún recuerda lo difícil que fueron sus primeros años como activista por el hecho de ser mujer. En 1988, cuando el país se levantó contra la junta militar tras el asesinato de un estudiante por parte de la policía, ella, también estudiante, no pudo quedarse en casa. “Tuve una situación muy difícil con mi familia porque intentaron impedirme que saliera a la calle”, explica. Khin Ohmar terminó ocupando la vicepresidencia de uno de los sindicatos de estudiantes que se formaron esos años, en un momento en el que las mujeres solían ser relegadas a puestos administrativos y de finanzas. “Había algunas puertas abiertas a que las mujeres ocuparan algunos puestos de liderazgo, pero seguía siendo muy patriarcal”, continúa.
Durante las décadas siguientes, ya en el exilio, Khin Ohmar siguió ligada al movimiento prodemocracia, pero muchos seguían sin tomarse en serio la cuestión de género. “Pensaban que sólo queríamos hablar de cosas relacionadas con mujeres. Pero queríamos hablar de política, del sistema federal”, explica. “Esa es la razón por la que nuestro país está atascado. Este patriarcado está demasiado arraigado”.
Y, sin embargo, para Khin Ohmar las protestas actuales han significado un cambio en los patrones de género. “En el 88, los líderes eran hombres. En este movimiento, son las mujeres. Es emocionante”, dice. Según el informe de 2019 Feminismo en Myanmar, las reformas políticas de 2010 abrieron “un espacio para la coordinación de esfuerzos de las organizaciones de mujeres dentro y fuera del país”, en un activismo que se ha encargado no solo de “cubrir las necesidades básicas de las comunidades, sino también del proceso de reforma política”. Además, asegura el informe, las mujeres han mejorado durante los años de transición democrática sus capacidades para la movilización social y para construir redes de contactos.
Bjarnegård también percibe dinámicas diferentes. “En las protestas actuales vemos que algo está cambiando. Vemos a jóvenes, tanto hombres como mujeres. Es otra generación que en cierto modo es más liberal, que ha tenido acceso a Facebook y que ha tenido la influencia de otros países”, asegura.
Wah Khu Shee, sin embargo, teme que cuando la situación se calme, los roles de género de siempre vuelvan. “Cuando hay un conflicto y los hombres tienen miedo, las mujeres son bienvenidas. Pero cuando se vuelve a la paz, se vuelve a la discriminación de género de siempre”,
asegura.
Wah Khu Shee pone como ejemplo el proceso de paz entre el gobierno y algunas de las principales guerrillas étnicas (2011-15), en el que sólo cuatro mujeres estuvieron presentes en las delegaciones enviadas para las negociaciones (menos del 6% del total de representantes, según los datos de Bardall y Bjarnegård). Aunque guarda un pequeño resquicio de esperanza: “espero que, esta vez, podamos ver [el impacto de] las mejoras que ha habido para las mujeres en la toma de decisiones [durante el periodo democrático]”, asegura la activista, quien espera que esos cambios impidan que sean relegadas de nuevo “a la cocina” cuando lleguen los tiempos de paz. “Ha habido mejoras pero es aún muy difícil. […] Tenemos que esperar y ver”.
En esta imagen del pasado 8 de marzo, un grupo de mujeres tiende sobre hileras de cuerdas los tradicionales ‘htamein’ antes de manifestarse contra el golpe de Estado de la junta militar birmana.(STR/AFP )
Este artículo ha sido publicado en Equal Times